“Déjame descansar, mamá”, repetía constantemente Oliver Sánchez durante sus últimos días de vida, cuenta Mitzaida Berroterán, su madre. El niño con linfoma no hodgking de ocho años falleció el martes a las 12:20 pm. La enfermedad y la dificultad para enfrentarla por la crisis de salud que atraviesa el país lo tenían agotado.
Hoy fue el funeral, en casa de su abuela materna en Mamporal, estado Miranda. A las 2:00 pm lo cremarán.
En febrero Oliver participó en una protesta en Plaza Venezuela a la que asistió con un cartel que hizo él mismo que decía “quiero curarme”. En ese momento él y su abuela, Migdalia Machado, denunciaron que tenían dificultades para adquirir las quimioterapias. Finalmente, ambos consiguieron el tratamiento en el IVSS, algunos hospitales y gracias a donaciones de particulares.
Oliver cumplió seis ciclos de la quimioterapia y estaba preparado para un receso luego de los buenos resultados. “Los exámenes mostraban que estaba mucho mejor, pero creemos que en el Hospital Elías Toro, en Catia, donde le aplicaban el tratamiento, se contagió con una bacteria que le causó meningitis”, dice Berroterán.
Tras convulsionar dos veces y recorrer hospitales en busca de un cupo en el servicio de Terapia Intensiva, sus papás lo llevaron a la Clínica Loira de El Paraíso. Ahí estuvo en coma durante 10 días.
“En la clínica no fue muy diferente. También tuvimos que comprar muchas cosas. Nos pidieron Epamin para las convulsiones, y antibióticos. Cada vez que nos pedían algo era un corre corre. Al final lo conseguíamos por redes sociales y donaciones, pero era un calvario buscar las medicinas”, relata Berroterán.
El sábado pasado Oliver se rindió. “Ya no respondía a los estímulos. Fue apagándose poco a poco”. Tres días después murió.
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